Estamos en Octubre y aún no os he contado mis vacaciones. Que no sé si os interesan o no, pero yo os las voy a contar igual, no porque tengan nada de especial ni apasionante [no más que las vuestras, probablemente] sino porque así podéis escarmentar en cabeza ajena [en la mía, en concreto] de mis novatadas montañeras.
Vergüenza debería darme estar escribiendo esto. Yo, que me he criado en el monte como las cabras, que en mi adolescencia en lugar de irme de rave me iba con la pandilla al monte a acampar, que he hecho acampada libre en alta montaña y me he recorrido los riscos de los montes de mi región natal, que no son pocos ni pequeños, he quedado reducida, a mis taitantos, a una #dominguer de manual. Eso, queridos, es caer bajo.
La culpa es de la ciudad, que me domestica. Y así me va.
Este verano he estado haciendo rutas de turismo de naturaleza por la montaña leonesa y picos de Europa. Me hice, of course, la ruta del Cares. Y la de las minas de Sabero. Y también el hayedo de la Boyariza. Y varias rutas más modestas y no por ello menos bonitas. En todas ellas he aprendido algo. Y no por las buenas.
En la ruta del hayedo de la Boyariza [lo he visto escrito también como Boyeriza… si alguien me saca de la duda, lo agradeceré] descubrí que no se pueden dar las cosas por supuesto. En la montaña, no. Es mejor mirarlas antes de salir. Decidí dar por sentado que si la ruta se llamaba ruta del hayedo… obviamente, sería por un hayedo. Sí, parece lógico, ¿verdad? Y sí, a ver, la ruta discurre por un hayedo, en concreto por el lateral del hayedo. Y mi idea parda [muuuuy parda] de empezar a las diez de la mañana en pleno agosto una ruta de montaña de 4 horas… a ver, muy sensata no fue.
Mi primer descubrimiento fue que en la montaña, en agosto, y a 36 ºC a eso de las doce, sin arroyos ni sombras, caminando en subida bajo un sol de justicia… te da un golpe de calor. En algún momento de mis delirios me imaginaba como sería el helicóptero que iba a tener que rescatarme de allí, porque estaba bastante segura de que yo sola no iba a salir de aquella. Pero vamos que fue cosa del mareo, que tras un descanso a la sombra de un raquítico matorral y echarme por la cabeza todo el agua de las cantimploras… la cosa mejoró y conseguimos llegar hasta el arroyo que hay justo arriba cuando termina el ascenso [nota mental: pedir a los señores del bosque que hagan el favor de poner los arroyos a mitad de recorrido]. Decidí no llamar a los servicios de emergencia porque en cualquier caso no había cobertura, no os creáis que fue valentía, que va.
La siguiente lección llegó justo de la mano de esta, y fue: en el monte nadie pasa el cortacesped. Sí, ya, lógico. Pero yo no lo pensé a tiempo, cuando decidí hacer la ruta en shorts [y calzado de montaña, conste] y descubrí demasiado tarde que la única forma de apartar las ortigas del camino es… justo… esa. No quiero contaros como llegué al final de la ruta. Sólo os diré que la pomada para culito de bebé quita la irritación. Por si os sirve de algo.
Como eso de escarmentar no va conmigo, seguí con la ruta de las minas de Sabero. Que nace del museo de la siderurgia y la minería de Sabero. Esto, tanto el museo [más] como la ruta [menos] es donde fueron a parar allá por 2016 los fondos para la reconversión del sector minero del carbón, fallida y fraudulenta, que no fue más que un agujero negro donde se colaron millones de euros de fondos europeos dejando atrás unos pocos museos más o menos dignos y varias rutas turísticas. Pues eso, que ya que estaba, allí que me fui yo a hacerla.
La ruta es agradable y se puede hacer paseando, salvando un tramo de bajada casi vertical con apoyos de cuerdas, nada muy complicado en verdad. Y tiene un mirador de aves muy majo a mitad, si te mola mirar aves. Llegamos de mañana, prontito, para terminar a medio día. Y una vez más, sin mirar en detalle la ruta. Según aparecimos por la montaña se nos pegó una nube de mosquitos, moscas y abejorros que os prometo que en mi vida me había visto en una igual. Se nos llegaban a meter en los ojos y en los oídos, fue terrible. Nos acompañaron durante muuuuuucho tiempo y solo conseguimos mantenernos a salvo de ellos gracias a un abanico que yo había olvidado en mi mochila y que sólo las mantenía a raya si lo agitaba con brío y muy cerca de la cara. Acordaros de esta lección: un abanico en el monte, puede salvarte el culo.
Luego está eso de que la ruta no era exactamente circular, y que para hacerla circular había que recorrerse varios kilómetros por el arcén de una carretera de montaña y que lo de tres horas se refería a la bajada, pero que esto no incluye el cierre de la ruta, es decir, que para llegar al coche había que sumar entre una y dos horas más, según paradas. Fue muy agradable, eso sí. Y había río -gracias, cielo-. Llegamos a comer sin sentir del todo los pies ni la cabeza, efecto del calor, a eso de las tres del medio día. En agosto. Y en León. No le pregunté a nadie si olía a choto – no necesitaba saberlo.
Y terminamos con la ruta del Cares. Si habéis ido, habréis visto que al comienzo de la ruta hay unos carteles que dicen que no molestes a la fauna autóctona. Bueno. Digamos que son innecesarios. La fauna autóctona no tiene el menor problema en que la molestes. De hecho, fue la fauna autóctona, en forma de mamá cabra con problemas de carácter y sus dos cabritos [más mooooonooooos] los que se abalanzaron sobre el vikingo al sentir la cremallera de la mochila abrirse y asomar una barra de pan de la misma. La ruta son entre 6 y 8 horas, ida y vuelta. Y llevamos para comer una barra de pan, jamón, tomates y fruta. Bueno, digamos que la barra fue a pachas con las cabras, que se tomaron la libertad de comerse media mientras el vikingo y yo nos pasábamos la barra de mano a mano y salíamos corriendo con las cabras detrás intentando no despeñarnos acantilado abajo. Fue épico.
Y acabamos nuestras peripecias #dominguer esa misma tarde, que tras el Cares nos parecía que habíamos andado poco, y como volvimos pronto al pueblo [a ver, salimos muy temprano y tardamos 6 horas] decidimos hacer una ruta pequeña para rematar el día. Más que nada porque bajar de Caín de Valdeón a Posada, en coche, fue… digamos… un poco complicadillo. Aún puedo oler el miedo que pasamos ese día cada vez que nos encontramos alguien de frente [microbuses y todoterrenos] en aquella carreterita estrecha de un carril sin arcén y con nuestro cochecito de juguete con su motorcillo de risa. Yo me bajé del coche temblando. No os digo más. Me abracé al vikingo sabiendo que le debía seguir viva en ese momento. Y luego me tomé una cerveza. Para celebrarlo. Y nos fuimos de ruta. Yo sé que las rutas están indicadas por balizas, pero en ese momento me pareció algo completamente innecesario tenerlo en cuenta. No habrá balizas, pero esto es una ruta de fijo, que hay árboles a los lados. Pues bien. No era una ruta. Era una carretera comarcal, con unas pendientes del averno y el encanto justo de caminar en un valle rodeado de montañas. Ya. Pero oye, estiramos las piernas.
Ahora que lo veo con distancia, siento que la ciudad, que antes se me antojaba hostil, es un lugar mucho más seguro para mí. ¿No os lo parece también a vosotros?
***
El pan. Pan, lo que se dice pan, no. Panecillos… pues tampoco. La verdad. Lo dejamos en tortitas.
La historia va de reutilizar los posos de almendras que guardo congelados después de hacer leche de almendras casera. O bebida de almendras, para ser más exacta. Y empezó a dibujarse en mi cabeza cuando vi esta receta de pan de calabacín de Las maría cocinillas. En esta receta se nos propone un pan plano hecho a base de harina de almendra. Y yo no tengo harina de almendra pero tengo un tarro lleno de okara de almendra, que es pulpa de almendra triturada y húmeda. De modo que dando un par de vueltas, conseguí una masa con una textura que podía meterse al horno y dar algo parecido a una tortita, y que fue usado muy dignamente con unas hamburguesas de soja. Y os traigo esta receta para #reciclandosabores de mi amiga Rossgastronómica. ¿Gustáis?
TORTITAS DE CALABACÍN Y OKARA
INGREDIENTES
Sal
*Ajustaremos según la textura de la masa
MODUS OPERANDI
Esto es en verdad muy sencillín. Lo primero que haremos será precalentar el horno al máximo, para que coja temperatura mientras preparamos la masa.
Para ello, rallamos el calabacín y lo ponemos con una pizca de sal en un colador, durante unos 15 minutos, para que suelte todo el agua posible. Si puede ser, con algo de peso encima.
Una vez hecho esto, lo mezclamos con la okara y añadimos primero un huevo batido, la mitad de la harina, la levadura y las especias, y vemos la textura. Añadimos el siguiente huevo y harina hasta tener una masa manejable. Si ves que es muy líquido, prescinde del segundo huevo; y añade harina sólo hasta tener una masa que sea como una papilla espesa, con textura de bechamel gruesa. Siento no subir fotos, salieron terribles y no se aprecia la textura.
Y sólo nos queda formar montoncitos de masa en una bandeja de horno, si quieres que queden redonditas usando un aro de emplatar. La masa crece, no las pegues mucho entre ellas. Y las cocemos a 200 ºC unos 10 minutos, o lo que tarden en dorarse.
No sabes lo que me he reído con tus rutas, esos son rutas accidentadas y no las que yo hago con mis niños scouts jajajaja. Sobre la receta, tomo nota que se ve bien rica
Podías ser yo en el monte, jajaja, qué risas (unos meses después, en ese momento… pues no)
Yo recuerdo una vez al cachorrito mayor abrazándose al coche después de una ruta accidentada y llorando, pobre mío, «cochecito, ay, cochecito»
Tengo que confesarte que el otro día intenté emularte con los restos de la chufa después de hacer horchata porque me dejó súper intrigada lo de la okara. Con bastante poco éxito, todo hay que decirlo. Pero ya he comprado almendras, así que pasaré a ver tus reutilizaciones en unos días ;)
Eres la caña y el pobre vikingo se tiene el cielo ganado.
Las vacaciones ya nos las relatas en directo, queda poco para vernos.
Es alucinante que guardes la pulpa de la almendra y además que hagas pan con ella.
Mil gracias por tus relatos y tus recetas, es genial leer los post.
Bss
Bueno lo que me he reido al leerte no tiene precio qe no me he reido por lo que os ha pasado si no por como lo has contado , solo de imaginaros a ti y al vikingo comiendo el pan evitando a mama cabra con los cabritillos queriendo comerse el pan es lo mas ,anda que no tiene mala leche una cabra , que bonita es la ruta del cares la hice hace años y me encanto ,la que tengo ganas de hacer es la de Sabero que me queda bastante cerca de casa .
No conocia la ruta del hayedo de Boyariza ,en pendientes la dejo este mes no creo que podamos con lo bonito que tiene que estar todo en otoño ,en fin que me ha encantado leer la cronica de tus vacaciones ademas he descubierto un nuevo lugar para visitar.
Sin duda le has dado muy buena salida a la okara de almendra con las tortitas se ven divinisimas y no dudo esten de rexupete.
Bicos mil y feliz semana wapa.
No se qué me sorprende más, que seas capaz de reaprovechar las sobras de la leche de almendras o que estés viva, jajaja. Eres fantástica, Ana :) Tu, lo que sale de tu cocina y lo que sale de tus letras. ¡Un besazo!
Ana, que estas muy quejica hoy jjjjjjjjjjjjj
Yo soy urbanita total (aunque con muchos jet lag) y me adentre en el amazonas ;-)))
Ayer vi tus asalta blog y han cogido recetas bien ricas de aqui.
Lo de las tortitas con okara de hoy me ha encantado!!! se ven genial en esas hamburguesas engaña ex cuñados jjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj
Que historias tan maravillosas nos cuentas.
Te leo
Un saludito
jajajja ya te contaré cuando te vea mis vacaciones, creo que nos damos la mano, sin agua, yo si que llame a la ambulancia… tu si que reciclas y bajas esos porcentajes que nos ha puesto Rosalia hoy, como guardas esas cosas…. Encantada de pasar por aqui, bss, nos vemos pronto
Que vivan las vacaciones y las rutas por la montaña, jaja, toda una experiencia!! Tiene que ser precioso :)
Y las tortitas muy ricas .
Unas rutas preciosas y desde luego no te has aburrido en ninguna,esa es la sal que tiene los viajes y lo que al final más nos gusta
Las tortitas tienen que estar deliciosas………con esos ingredientes que guardas¡¡¡¡¡
Feliz semana y besitos¡¡
Tienen que ser una delicia! El aspecto lo dice todo.
Desde luego no te has aburrido en las rutas, pero de todo se aprende y lo importante es el balance final.
Un fuerte abrazo
Clara
A ver, yo soy de ciudad-ciudad y el campo lo visito lo justo, pero cuando voy me pasan esas cosas y más. Pero lo que más me aterra es lo de la carretera sin arcén y un carril. Yo literalmente grito-chillo-pillizco y rezo. ¡Me aterran!
Mejor me quedo con las tortitas aunque no las pueda hacer porque no hago bebida de almendras y además no se me ocurriría guardar la pulpa. ¡Soy un desastre!
Bss
Elena
Con la pulpa cuando hago la leche de almendras, la guardo y la reservo para untar tipo queso, no lo he vuelto a hacer. otra vez también me puse a secarla en el horno. Pero nunca la congelé, estas tortitas se ven deliciosas Ana. Y de lo montañera, la verdad es que mi costillo que es de campo y montañas desde su infancia, me sorprende siempre, sobre todo en las bajadas que para mí son lo más difícil, resulta fácil subir, pero ve a bajar y que no termines dando vueltas. Me toca llevar un tronco de madera. De las aventuras que acontecen en días se domingos extremos…, me queda sonando ese desvarió de aquella hora del medio día, a pleno sol, deshidratada y pensando en el helicóptero que los rescataría…, se puede pensar en tantas cosas mientras alucinas de sed…, toda una aventura que me suena muy al tipo de aventuras que suelo tener con Mr.G.
besos
Qué delicia de tortitas, me han parecido muy originales. Qué buenas vuestras peripecias con las rutas de senderismo.
Estoy de sorteo en el blog, me encantaría si pudieses participar.
Un abrazo