Cuando era pequeña [más pequeña, quiero decir] lo que más me flipaba del mundo era la fruta de hueso. Más que los tigretones o los bollycaos. Me fascinaban las frutas de verano [melocotones, nectarinas, cerezas] y prefería con mucho una pera de San Juan a una gominola. Otra cosa que me flipaba [y mi madre jamás consiguió entender] era pelar cebollas tiernas, de las muy delgaditas y pequeñas, y comerlas mojadas en un platito con sal. Debo aclarar que no soy marciana.
No es que no comiera chuches, por supuesto. Las comía y no poco. Me fascinaban las nubes, los regalices y los petazetas. Me atiborraba a patatas fritas guarrunas con sabores extraños y mascaba chicle como quien pestañea [y ahora me pregunto por qué tengo estos dientes… en fin]. Y eso que cuando yo era niña las gominolas eran un mundo más limitado que ahora, el regaliz sólo era rojo o negro y los chicles eran de menta o fresa, hasta que llegó la revolución de los chicles de sandía.
Pero a mí lo que me molaba era la fruta, sobre todo la de verano.
El verano de mi infancia consistía en pasar mucho tiempo con los abuelos. Mi abuela paterna nos llevaba entre semana a la piscina municipal y allí nos soltaba durante horas y horas. Y los fines de semana desde finales de primavera hasta bien entrado el otoño, nos íbamos con mis abuelos maternos al campo. Mi abuelo cultivaba un pequeño campo de dos robos de tierra donde plantaba lo necesario para la subsitencia familiar. Dos robos hace referencia a dos robadas de tierra, medida usada en ciertas zonas para medir los campos de cultivo. La robada es una medida de volumen equivalente 22 kilos de trigo; y una robada de tierra es la extensión de cultivo que se puede sembrar con esa cantidad de grano. Para entendernos, equivale a media fanega. ¿Está claro, no? Pues eso.
Que mis abuelos tenían [aún lo conservamos] dos robos de tierra atravesados por un riachuelo de riego sobre el que había un puente que no era otra cosa que una puerta vieja puesta de orilla a orilla de la acequia y daba paso entre los dos trozos del campo. Creo que nadie en mi casa puede contar a ciencia cierta las veces que me caí a la acequia cruzando por esa puerta. Y no sé si alguien sabrá que muchas no fueron… accidentales.
En un lado había patatas, tomates, pimientos, calabacines, pepinos, ese tipo de cosas. Y en el otro, frutales. Había un cerezo en mitad del campo, varios perales, melocotones, albaricoques, ciruelas y manzanas. Mi abuelo cultivaba fresas para mí, que soy una privilegiada. Y yo le ayudaba. Me iba con él al campo, le acercaba la semilla, regaba con la regadera de plástico de medio litro y cuando fui mayor [6 años] me compró una azada y me cedió un metro cuadrado de terreno. Que para mí era muchísimo. Me dio simiente y me dejó que lo cultivara. Y yo me lo creí, claro.
La azada, era una azada de verdad de tamaño infantil. A día de hoy me llevo las manos a la cabeza, porque no era un juguete de plástico, era una azadita canija de hierro, afilada y funcional. Lo que hacía con ella ya era otro cantar. Los niños de antes no eramos delicados. Yo iba al campo, más contenta que todas las cosas, con mis botas de goma, los pantalones de trabajo, la azada y la regadera y me hacía el ciclo completo de la siembra: hacía los agujeritos, metía la simiente, la regaba, aquello creía y acababa comiendo patatas o lo que fuera que hubiese plantado.Y nadie en casa se extrañaba de que me gustara la verdura o de que pidiera fruta cuando tenía hambre.
De hecho esto lo he hablado con mis amigos, ya de mayores, y nadie del entorno rural a quien yo conozca ha tenido jamás problemas por comer cosas verdes o fruta. A mí había verduras que se me atragantaban un poco, pero con más o menos mayonesa en la ecuación, me las comía igual. Claro que negociar con mi abuela no era ninguna tontería. Que las abuelas de antes habían pasado una guerra.
Y la fruta me flipaba. Y me sigue gustando tanto como antes. Es en la parte de la cesta de la compra donde más derrocho, quiero fruta rica, cultivada cerca y consumida cuando toca. Es mi lujo confesable y pequeñoburgués. Compro melocotones de Calanda, peras de Rincón de Soto y ocasionalmente plátanos ecológicos de Canarias que son otra dimensión de la realidad. Sí.
Y cocino mucho con toda la fruta que pillo. Hago infinitas tartas y bizcochos, mermeladas y pastelitos de todo tipo. En mi frutería cuando algo se empieza a estropear y ven que no le dan salida, lo ponen en bolsas a un euro. A veces he comprado kilo y medio de melocotones, de peras o de chirimoyas por ese precio. Lo uso siempre en mermeladas o en pasteles, porque es fruta para consumir ya, no para guardar.
Y de mi última incursión en la frutería salieron estos melocotones estupendos, que he usado sin dudarlo para un pan dulce de melocotón. La receta la he tomado del libro de King Arthur flour Wholegrain baking y en su versión original se llama Peach and oats bread.
PAN DULCE DE MELOCOTÓN Y AVENA
CAL 273,5 · HC 40,9 · PR 6,3 · GR 10,0 [100 G]
INGREDIENTES
Harina integral, 350 g
Avena en copos, 100 g [lo ideal es que sean copos finos, pero sirven los que tengas]
Leche almendras, 220 g [puede ser leche de vaca]
Aceite, 90 g
MODUS OPERANDI
Hacer un pan dulce no tiene mucha ciencia.
Lo primero que haremos será precalentar el horno al máximo que tenga, ya lo bajaremos antes de meter la masa. Lo calentamos al máximo para compensar la pérdida de calor al abrirlo y que tanto la masa como el molde estarán fríos y bajarán algo la temperatura.
Pelamos los melocotones y los cortamos en láminas no muy gruesas. Más o menos como cortaríamos las patatas para tortilla, o más pequeños. La idea es que al cortar el pan no haya trozos grandes por medio, porque hacen que se desmorone un poco y es incómodo.
En un bol ponemos los ingredientes secos: harina, levadura, bicarbonato, sal, canela, nuez moscada rallada [o en polvo], azúcar y copos de avena. Lo mezclamos. Añadimos el melocotón cortado y lo mezclamos nuevamente para que los trozos de fruta queden impregnados de harina y especias. Esto evitará que se vayan al fondo del recipiente cuando se hornee.
En otro bol batimos los huevos, añadimos la leche y el aceite y batimos hasta que se integre. Añadimos los ingredientes líquidos al bol de los secos y lo mezclamos con una espátula hasta que esté completamente integrado, sin batirlo y sin moverlo más de lo estrictamente necesario.
Lo ponemos en un molde [he usado un molde de plum cake de 22 cm de largo] y lo llevamos al horno. Bajamos la temperatura a 180ºC y horneamos 60 minutos. Comprobamos que está cocido en el centro pinchando con una aguja larga o un palo de brocheta, y si sale manchado de masa cruda, incrementamos el tiempo necesario [vamos pinchando hasta que esté cocido].
En todo caso, a mitad de cocción, conviene tapar el molde con un poco de papel de aluminio para que no se queme la superficie.
Se me está haciendo la lista de pendientes enormeeee, jaja me la llevo, me gusta mucho !
Tu relato me recuerda a mi padre, que también era de huerto… qué cosas más ricas :)
Ya no somos tan pequeñas jajaja….
La infancia tiene todo eso, caerte en acequias o pilones (yo me caía en el de mi pueblo todos los veranos), coger la fruta fresca o los frutos secos o pipas directos de la mata, o comer judías verdes crudas con sal… yo también era mucho de chuches pero la fruta de verano con hueso y darle vueltas en la boca hasta aburrir me encantaba.
Cocinar con fruta también me chifla, aporta sabores increíbles a los platos y sobre todo a los panes o bizcochos.
Me comería un trozo de este ahora mismo.
Besos
Nieves
COn la receta me quedo pero con tu historia me ha hecho recordar aquellos maravillosos aós. Es que éramos tremendamente felices
Yo no he tenido árboles a los que arrancar la fruta, ni matas de fresas, ni de tomates. ¡ayyyy! Qué envidia me dais cada avez que comentáis estas cosas. Mi madre si tenía pueblo de pequeña, pero salió de él al acabar la guerra «incivil» y ya sólo lo visitaba en verano cuando la llevaban con sus abuelo y eso duró lo que duraron sus abuelos, osea, unos pocos años más. Al pueblo de mi madre sólo fui una vez cuando murió un tio suyo y como al tio no le conocía, me quedé con lo mejor, con el sabor de una tortilla de patatas hecha con patatas cogidas del huerto, con huevos de las gallinas que había en el corral y con aceite molido en el molino del pueblo. TAmbién me quedé con el aroma y sabor de los tomates. Y desde entonces lloro por los rincones muerta de envídia (insana, por supuesto) cada vez que alguien habla de sus huertos y sus cultivos.
Me llevo un trozo de este pan para el café que me lo he merecido después de tanto sufrimiento, ja ja.
Bss
Elena
Un pan dulce estupendo se ve.
Y viva la fruta natural, natural :-))))
Un saludito
Lo de comer cebolletas tiernas con sal lo hacíamos mas de uno de pequeño y comer cualquier fruta que pillabas de un arbol, buenos recuerdos.Te ha quedado un rico pan dulce con esta fruta.
Feliz semana
Un pan delicioso,yo fruta toda de pequeña y ahora pero me he quedado flipando que a una peque le guste las cebollitas tiernas¡¡¡
Feliz semana¡¡¡
Si, niña, dale una azada a un niño de hoy en día y buscará una aplicación en el móvil a ver cómo se usa… o se pondrá a mirarla a ver dónde se enciende, jajaja. No sé, yo cada vez veo menos niños jugando en la calle así que se me hace muy difícil pensar un niño cultivando tu metro de tierra en estos tiempos.
El pan que has hecho me ha encantado, debe saber delicioso.
Besos
Ana cielo que recuerdos me has traído de la infancia, de los dulces que en mi casa no entraban casi nunca, a mi madre no le gustaban las chuches y me los comía a escondidas en el portal de casa.
Ahora hay tantas cosas que hemos perdido el norte y la calidad, eso está claro, me encanta la apunta por fruta de calidad y cercana.
Voy a por un trocito de ese pan tan rico.
bess
Madre mía! Qué rico! La fruta es una gran aliada en numerosos platos y preparaciones, tanto dulces como saladas. Me encanta.
Un abrazo
Clara
Te leo y me siento muy identificada. Yo he vivido el campo desde pequeña, el esfuerzo que supone trabajarlo (aunque sea sembrado para consumo familiar) y la satisfacción de comer lo que da tu tierra y su trabajo (o el de alguien encubierto que te hace creer que eso lo has cultivado tú sola)
También teníamos una azada pequeña. A día de hoy más de uno se echaría las manos a la cabeza si le das eso a un niño de cinco, siete o doce años, pero te aseguro que ni yo, ni mi hermano ni mis dos primos (ese es el orden de la prole) nos hicimos jamás una herida ni nos amputamos un miembro por más tonterías que hicimos con ella en la mano. Eran otros tiempos y seguramente éramos de otra pasta.
Y sí, nunca tuve problemas con demasiadas verduras ni frutas, no está nada mal eso de vivir más en contacto con la naturaleza y el agro.
Me gusta mucho tu receta. Me encantan los melocotones pero creo que no tengo ni una receta en el blog.
¡Besos mil!
Es impresionante la cantidad de terminos diferentes que tenemos con una misma lengua y es que te leo y con los chuches que vienen a ser los dulces ya una se da una idea. Esos recuerdos y conexiones con la naturaleza me encantan Ana, la verdad es que creo que esa conexion de come frutas y verduras se daba porque ese es el ejemplo que veías con tus abuelos, creo que los niños comen lo que sus padres, si en casa no se comen verduras o frutas o no se toma agua sino refrigerantes y nuggets pues, los niños terminan comiendo lo mismo que sus padres. Pero en ello tampoco puedo hablar con total certeza, solo hablo por ejemplos cercanos de familias con peques. Y ya me fuí por otro lado, los melocotones que por acá son duraznos y que ahora mismo me estoy disfrutando de lo lindo en plena cosecha, son deliciosos, sobre todo me encantan los de carne blanca y hueso morado, pero en sí toda su familia es deliciosa. Apoyo aquello de comprar mucha fruta y verdura, somos del mismo bando. Tu pan delicioso, lo veo navideño (será que el aire de navidad ya se ha metido en mí, o será que ya me queda pronto para reconectar con la familia…). Como sea me llevo un trozo también y lo guardo, ya creo que acá no alcanzo a realizarlo, ando en modo cierre de cocina por este año, en casa. Ya lo que viene será en casa de mis padres a compartir con ellos.
Mil besos