Acabo de llegar de mi cónclave anual.
Cónclave es el encuentro anual de las amigas que compartimos residencia de estudiantes, piso y aventuras en la universidad. Es una celebración estrictamente pagana, que empezamos a llamar así por alguna razón perdida en nuestra memoria, y que podría tener que ver con el origen religioso de la residencia de estudiantes donde nos conocimos, regentada piadosamente por adorables monjitas [del carácter de adorabilidad de las pías hermanas podemos hablar en otro post, cuando tenga los lápices más afilados] y con el objeto de la reunión que es: charlar y zampar, en orden indeterminado.
Aclarado este punto, y ahora que ya habéis sacado de vuestra mente esa imagen de mí que os habíais formado tras la primera frase [esa donde me veíais como un grueso obispo lleno de puntillas y rodeado de tiernos monaguillos], y vuelvo a ser la bloguera panarra de siempre, vamos a lo que os estaba contando, que me voy por las ramas.
Os decía que vengo de pasar un finde de cónclave [exento de obispos gruesos y monaguillos], con las amigas de la uni. Es decir, un grupo de jovenzuelas que quedan para pasar un par de días juntas y rememorar viejos tiempos. El resto del año si nos lo piden podemos ser eficientes trabajadoras, gestoras impecables, profesoras y madres, todas esas cosas a las que nos arrastra la vida. Pero en cónclave… somos las universitarias de siempre, cada año y sin importar el tiempo que haya pasado por nosotras [en realidad, estamos igualitas, no os vayáis a pensar]. Aunque tengamos hipoteca, hijos y gato; y hayamos cambiado los juegos de beber chupitos por los de mesa, y los garitos rockeros por casas rurales. Detallines de nada.
¿Y qué mejor sitio para encontrarnos que una casa rural? Más que nada porque vivimos cada una por una punta de la península y alguna hasta en mitad del mar, y la logística de vernos tiene su complicación. Así que cargamos churris, niños y calzado de montaña, y allá que nos lanzamos. Los churris tienen la función de cocinar para nosotras [que esto va de comer, pero no de hacer que la comida llegue a la mesa] y vigilar a tiempo parcial a los niños, y poner cara de poker cuando hablamos de la fulanita de tal que está trabajando en Cuenca o la menganita de cual que es concejala en su pueblo, mira tú. A veces se organizan en comando machuno y huyen, pero no les dejamos ir muy lejos. De hecho esta vez hemos encontrado un pueblo sin bar, y oye, más controladitos que estaban.
Y claro, ya que vas al campo, pues lo suyo es hacer cosas rurales. No hay centros comerciales a la vista y el pueblo tampoco tiene una avenida con terrazas de moda. El pueblo tiene cuatro calles, tres casas, un caballo muy simpático, vacas y arroyos. Fin. Así que puesta en esa tesitura, una se mimetiza con el entorno y se adapta rápidamente a vivir en modo relax, sin maldecir el tiempo que tarda el metro en pasar, correr en los semáforos ni estresarse, así, en general.
Y aquí me tenéis, ruralizada por un día, bebiendo cerveza como una tabernera y comiendo chorizo y morcilla como si no hubiera un mañana. Mi veradero yo, la gotxa que llevo dentro aflora a la superficie dejando atrás a la bloguera semivegana, a la hippie activista en busca de la paz mundial y a la escrupulosa curranta, y me veo en mitad del campo, más feliz que una perdiz, dedicada en cuerpo y alma a comer carnaza a la parilla y salir al campo a por moras. Y desde luego, que tras estos fines de semana de deconexión terrenal, yo no me quedo a vivir aquí porque no puedo comprar curry verde japonés, lemongrass fresco ni semillas de alcaravea. Que si no… me lo pensaba.
Y me relajo tanto que paso de todo y si tengo que cocinar, uso tomate frito de bote [esa cosa infame de la que renegaré el resto del año] y a partir de cuatro ingredientes ya paso del tema y me frío un huevo. Que me da pereza. Y claro, como en el pueblo ya os dije que no había bares [bueno, bar en singular tampoco había] pues lo único que puedes hacer con tu vida fuera de la casa es pasear, ver monte y coger moras. Porque en los pueblos hay moras. A mansalva. Y no vienen en bandejitas de plásitico a dos euros los cien gramos. Aquí son gratis. Una cosa nunca vista en la ciudad. Así que ya os imagináis lo que pasó. Yo vi un sendero con zarzas. Y volví un poco más atrás en el tiempo, a las tardes de verano cuando buscaba moras en los arroyos del pueblo con mi primo, trepando los ribazos para llegar a esas moras que no estaban al alcance de los adultos. Vale, que no tengo ni la agilidad de entonces ni peso treinta kilos, así que en ese fregado tampoco me metí, pero sí me aventuré a descender al río acompañada del vikingo [que es mi sufridor a tiempo completo] que pasa de las moras, pero me ve tan ilusionada y tan inconsciente que prefiere no dejarme sola. Que las zarzas las carga el diablo y yo si veo moras pierdo la noción del riesgo.
Y una vez las moras recolectadas, mi mente empezó a ver, no sé por qué, un pan morado. Sí, en lugar de pensar en bizcocho, muffins o la clásica mermelada [que también hice] mis pensamientos empezaron a divagar por rebanadas de pan morado, lleno de zumo de moras, y perdí la noción. Yo no tenía muy claro que pasaría usando zumo en lugar de leche para hacer un pan, porque claro, si ponía moras tenía que ser un pan de tipo sandwich con leche y miel, no cuadraba tanto hacer un pan clásico. Pero aquí estoy, experimentando y haciendo numeritos con el porcentaje de panadero, os he traído este pan para celebrar el #wbd2017. ¿Gustais?
La fórmula para este pan, es la misma que para el pan de sandwich con miel y lavanda, y además en el enlace puedes ver fotos del paso a paso
CAL 280,9 · HC 56,7 · PR 9,8 · GR 2,9 [100 G]
INGREDIENTES
Sal rosa del Himalaya, 7 g [usa 6 g de sal blanca si no tienes esta, que es algo más suave]
MODUS OPERANDI
DÍA I. Soaker, biga
Antes de empezar, tenemos que convertir los 250 gramos de moras en zumo. Para ello, las trituramos a máxima potencia y las colamos para retirar todas las semillas y restos de piel que hayan podido quedar.
Pesamos 200 g de zumo de moras para el soaker. Si no llegamos, añadimos leche hasta alcanzar la cifra. Si nos hemos pasado, guardamos el sobrante y lo incorporamos a la biga, restando ese peso de la leche.
Utilizaremos dos boles. En uno mezclamos todos los ingredientes del soaker, hasta que se integren. En otro mezclamos todos los ingredientes de la biga, hasta que se integren y hacemos un amasado ligero. Lo haremos siempre en ese orden para evitar contaminación de levaduras en el soaker.
Los tapamos y los dejamos reposar a temperatura ambiente un rato, digamos 30 minutos, para que las primeras levaduras de la masa madre empiecen su trabajo antes de retardar la fermentación. Y los metemos a la nevera, donde lo podremos dejar entre 12 y 36 horas, sin problema, fermentando a baja temperatura.
DÍA II. Amasado, formado, horneado
Amasado
Sacamos los dos boles de la nevera, y esperamos 30 minutos a que tengan una temperatura más tibia.
Amasar 2 minutos – Descansar la masa 5 minutos – Amasar 2 minutos
Si vas a hacer un sólo levado, deja el pan levando tapado en el molde donde vayas a meterlo al horno. Si no, puedes usar un bol y taparlo con papel film.
Una vez haya levado, sacamos la masa del bol y la formamos ligeramente con las manos. No hay que volver a amasarla, sino simplemente darle forma. Para ello, con la masa volcada suavemente en la encimera [no la maltrates, sólo déjala caer] nos mojamos las manos, cogemos la masa y le damos forma como si moldeáramos plastilina. Si la masa está más bien compacta y seca, puedes formar un bâtard, pero si está muy hidratada, sólo podrás formar tu pan con las manos mojadas.
Esta masa en concreto estaba muy ligera, y la formé simplemente torneándola con las manos mojadas. Esto depende del líquido que uses, de la temperatura y hasta de la humedad ambiente. La misma masa se comporta de manera diferente en invierno y en verano.
Greñado y horneado
Antes de hornear, haremos una última operación: greñar el pan. Le haremos uno o varios cortes como más nos guste en la superficie, para facilitar que se abra y salga el vapor por él.
También se pueden hacer agujeritos repartidos por la superficie del pan con una aguja de punto o un pincho moruno, para que no se abra y tenga un aspecto más parecido al pan de molde. Esto a tu elección. Los agujeritos se hacen profundos, con un pincho mojado, que lleguen a mitad de la masa como mínimo.
Yo los hice, pero luego el pan se abrió por donde le dio la gana. Es un problema particular de mi horno, que tiene más fuerza en un lado y tira de las masas haciendo que se abran.
Este pan se hornea a 225º 10 minutos, se baja a 200º y se continúa unos 25-30 minutos más. Para comprobarlo, sácalo del molde, golpea por debajo y si suena a hueco, está cocido. También puedes clavar un termómetro de cocina y ver que su temperatura interior ha alcanzado los 200º.
Y no olvides una cosa importante: El pan estará hecho cuando esté frío. Déjalo fuera del molde sobre una rejilla de cocina hasta que se haya enfriado por completo. No lo abras antes, o la humedad desmoronará la miga y hará bolitas, dando un aspecto horroroso [de hecho este pan lo abrí tibio por la prisa de las fotos y bueno… la miga estaba mejor al día siguiente, cuando estaba del todo frío].
Lo del conclave me encanta y eso de 4 calles y 3 casas se parece a mi pueblo, ya lo de ir a recoger moras me parece más normal porque las sigo teniendo cerca…el pan moradito es total :)
Sensillamente me ha encantado la idea de las moras¡¡¡
Besitos¡¡¡
Ains madre pero como me tientas con este pan ,ya mismo me llevo la receta a pendientes seguro esta de rexupete ademas de quedarte de relujo.
Bicos mil y feliz inicio de semana wapisima.
que rico¡¡¡¡ me apetece probarlo¡¡¡ y con esas moras ¡¡¡
besos crisylaura
Jajajaj, es que en los pueblos, solo hay moras, manzanas y castañas, tienes suerte que te ayuda el Vikingo, yo el otro día quería robar manzanas y Juan se marcho corriendo jajjajaj. Claro que no es lo mismo manzanas que moras, pero yo razonaba bien, las manzanas que están en los bardiales fuera de los prados y dan a los caminos son de todos jajja, pero mi costilo dice que me tomo la ley como me conviene, jaja pues claro, y lo peor es que esas manzanas se quedan alli y no la coge nadie.
Bueno que me encanta este color de pan y seguro que es una delicia, como todo lo que haces.
Me llevo un para para desayunar.
Besinos
El toque de Belén
No sé si me gusta más imaginarte trepando de chinorri o tu relato del cónclave anual o el pan. Ais. Qué rico, el pan.
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Conclave en medio de un pueblo de tres calles, sin bar, son un lindo caballo y muchas moras!!!, aquí saltaría yo feliz contigo recolectado moras silvestres, porque como lo dices eso solo se ve en los pueblos, la idea del pan con zumo de moras es deliciosa, tan rica que espero ir a recolectar moras que aún tenemos por acá y quizás me zampe con el pan…, porque luego de comer como loca más de la mitad que una recolecta y que los costillos siempre atentos ayudando en las aventuras que les damos, termino con dolor de estomago de todo lo que me como mientras recolecto. Tu pan se ve estupendo Ana, que bueno tener ese tipo de encuentros y desconectar un poco que hace falta.
un beso!!
Un pan de lo mas original. Un besazo.
Moradita me pondría yo también con tu pan, vaya aciertazo!!. Lo del cónclave es algo imprescindible en la vida, casi tanto como la vida rural, recoger de las higueras, zarzales y árboles lo que la generosa naturaleza nos ofrece. De vez en cuando soltarse el mandil y el pelo viene de maravilla, cometer pequeñas imprudencias…también!! Lo dicho, un pan de lo más atractivo y con ese color…irresistible total.
Yo recogía moras cuando en verano iba a Moralzarzal, que con ese nombre te imaginas como estaba aquello, pero en aquel entonces yo no freía ni un huevo, las moras se cogían y se comían, así de simple. Ahora añoro esas moras gordas de mi infancia, pero en Moralzarzal quedan las justas para que las recojan los habitantes habituales, así que si se me ocurre acercarmen un domingo no encuentro más que las zarzas.
De todas formas me guardo la receta que nunca se sabe.
Bss
Elena
Me encantan tus recetas y tus cuentos, son una gozada que nunca terminan como creo, como en esta ocasión en la que pensé que te ibas con tus compis de uni y terminabais cantando, comiendo y charlando infinitamente, pero no con toda la parentela. Ha tenido que ser verdaderamente divertido sobre todo que os dejaran charlar y criticar sin censura ninguna. Eso es vida,
Eres panarra y de las buenas, nunca se me habría ocurrido usar esas moras para pan y mira que he hecho muchos panes. Será cuestión de probar este pan con esa pinta morada tan buena.
Muchos besos y ¡buen día!
Que bien este «conclave» que os habéis montando y así tan bien explicado por ti mola mas.Buena idea usar estas moras para este pan que lo hace mas colorido y bueno sin duda alguna.
Bss
Claro me gusta, con moras, que buena idea. Gracias por participar en WBD.
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